Un hombre murió, dejando una gran fortuna repartida entre sus dos hijos. Los dos eran codiciosos y ambos pensaban que el otro había sido favorecido con una parte mayor de la herencia. Llevaron su disputa hasta el juez de la localidad.
Este, después de tomar nota de todos los argumentos presentados por ambos, les preguntó:
-Tú, (le dijo al primer hermano) ¿eres capaz de jurar que tu hermano ha recibido en herencia una parte mayor que la tuya?
-Sí, (contestó el aludido sin vacilar)
-Y tú, (se dirigió al segundo hermano) ¿eres capaz de jurar también que tu hermano ha recibido una parte mayor que la tuya?
-Sí, (respondiendo de forma igualmente categórica)
-Pues si ambos estáis convencidos de tal cosa, mi sentencia es que ambos intercambiéis vuestras respectivas herencias. Que se ejecute inmediatamente lo dictado, (ordenó el juez)
Este, después de tomar nota de todos los argumentos presentados por ambos, les preguntó:
-Tú, (le dijo al primer hermano) ¿eres capaz de jurar que tu hermano ha recibido en herencia una parte mayor que la tuya?
-Sí, (contestó el aludido sin vacilar)
-Y tú, (se dirigió al segundo hermano) ¿eres capaz de jurar también que tu hermano ha recibido una parte mayor que la tuya?
-Sí, (respondiendo de forma igualmente categórica)
-Pues si ambos estáis convencidos de tal cosa, mi sentencia es que ambos intercambiéis vuestras respectivas herencias. Que se ejecute inmediatamente lo dictado, (ordenó el juez)
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